«¡Por la gloria del imperio! ¡Por el antiguo Solaris!». El apasionado grito de guerra de Gregory nunca ha titubeado, ni siquiera a pesar de que hoy el Imperio Solaris no es más que una memoria lejana.
El reino del imperio terminó el día que el Castillo de Fuego Solar cayó a manos de un ejército de bandidos. La tunda ha hablado. Todos quedaron desamparados, incluso los soldados de Gregory quienes, como muchos otros antiguos militares de Solaris, se vieron obligados a convertirse en mercenarios para llevar pan a sus mesas. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, Gregory nunca ha dejado de añorar un regreso a los días de gloria del imperio, cuando el estandarte de Solaris pueda ondear nuevamente sobre el Castillo de Fuego Solar.
Los hombres bajo del mando de Gregory son menos optimistas, pero sin dudas no les importan recibir pan y comodidades que obtienen gracias al competente liderazgo de Gregory. Al igual que antes, sigue siendo un comandante popular.
Como espadachín a caballo, seguramente nadie esté a la altura de Gregory. Como experto en tácticas y especialista en infanterías del viejo mundo dispuesto a golpear duro y rápido, quizás sea el mejor. No fue casualidad que Gregory se encontrara a la cabeza del último escuadrón de la Guardia del Amanecer del viejo imperio, y es principalmente gracias a sus esfuerzos leales y sacrificados que fue posible salvar a la joven emperatriz.
Su escape del Castillo de Fuego Solar generó sus propias complejidades: ¿cuál sería el rol de la emperatriz en este nuevo mundo? Y, más importante aún, ¿cómo podrían sobrevivir sin un séquito de sirvientes, escuderos y doncellas de palacio?
A pesar del aspecto de Gregory, no es un hombre rudo en lo más mínimo. Quienes lo conocen son testigos de la amabilidad que esconde su rostro severo y su ternura, especialmente con la joven emperatriz.
Por cuestión de principios, Gregory aún considera que la emperatriz conserva una especie de autoridad real, y actúa como un tío, asesor, mayordomo o guardaespaldas cuando se encuentra en peligro. Gregory también intenta preservar las viejas costumbres del Imperio Solaris e insiste, por ejemplo, con el decoro cortesano y los atuendos reales para Su Majestad y su séquito sin importar lo imposible que pueda parecer restaurar el imperio.
El día que el Castillo de Fuego Solar cayó quedó grabado para siempre en la memoria de Gregory: fue el día en que lo perdió todo pero encontró un nuevo propósito en su vida.
Gregory recibió sus órdenes del moribundo capitán de la guardia: ¡la joven emperatriz aún estaba viva! Pero para llegar a un sitio seguro, sus hombres tendrían que emprender una misión tan vital como compleja en medio del absoluto caos, confusión, saqueos y violencia. Era una tarea casi imposible y, sin embargo, Gregory finalmente logró sacar a la emperatriz de la ciudad a salvo mientras la sangre le brotaba por varios orificios de flecha en su armadura. Mientras sus hombres planeaban llevar a la emperatriz a algún sitio seguro, miró sus ojos aterrorizados y en ellos encontró la fuerza interior para levantarse y seguir avanzado. Desde entonces, su destino estaría atado al de la heredera y sería su protector más leal.