Resultaría difícil encontrar en cualquier ciudad una pareja más desparejada que la ágil Edith y el enorme Sr. Hojalata. Sin embargo, esta extraña dupla ha hecho mucho más que la mayoría por los residentes locales y se ha ganado varias veces los suministros que necesita.
Edith ha estado viviendo con el humanoide metálico llamado cariñosamente «Sr. Hojalata» desde que tuvo memoria. Su origen es un misterio, tanto como el suyo. Pero tales misterios palidecen frente a toda la ayuda brindada por el Sr. Hojalata, por la cual se ha vuelto indispensable en cada asentamiento y el preferido por los niños allí a donde va.
El Sr. Hojalata no siempre tuvo un nombre o un hogar, a no ser que se considere hogar a la interminable Tundra. Y así hubiera sido hasta que sus partes se hubieran oxidado o hasta que el mundo llegara a su fin, de no haberse encontrado con una extraña cuna calefaccionada por intrigantes mecanismos. En su interior dormía una bebé. –¿Por qué protegió la cuna con sus brazos el Sr. Hojalata hasta entregarla en una ciudad cercana? ¿Instinto? Sus llantos llamaron mucho la atención de los aterrados residentes que se escondieron de la monstruosidad metálica. Pero las acciones dicen más que las palabras. Los ciudadanos decidieron recibir a la dupla de brazos abiertos. Fue entonces cuando el Sr. Hojalata se ganó su nombre.
El Sr. Hojalata se había ganado un hogar permanente entre los humanos, aunque no hay nada gratis en un invierno eterno. El Sr. Hojalata trabajaba sin descanso para ayudar a Edith mientras crecía y asegurarse de que a la ciudad nunca le faltara mano de obra.
Edith se convirtió en una científica precoz, siempre fascinada con la biblioteca local y el funcionamiento interno de dispositivos mecánicos de todo tipo y tamaño, especialmente su benefactor humanoide. Aprendía muy rápido y pronto el Sr. Hojalata solo confiaba en ella para sus reparaciones, tarea en la cual era más hábil que cualquier otro artesano de la ciudad.
Edith se graduó luego como la vocera del Sr. Hojalata, tarea para la cual sustituía el lenguaje corporal y sus vocalizaciones rústicas en un lenguaje en el cual ambos parecían comunicarse con gran facilidad. Esto resultaba tan natural que, con el paso de los años, Edith y el Sr. Hojalata cada vez disfrutaban más de su mutua compañía y de los proyectos conjuntos.
La fuente de energía del Sr. Hojalata no era del todo un secreto, si bien en estos tiempos solo los más instruidos podían adivinar el misterioso Cristal de fuego que se escondía detrás de su brillante exterior. Pero la técnica mediante la cual se había logrado instalar el Cristal de fuego y crear el coloso aún era desconocida.
De hecho, la entidad había comenzado como una premiada obra maestra de un maníaco sediento de poder que buscaba crear una fuente de autoridad que no dependiera de súbditos humanos. Eligió una forma humanoide y un Cristal de fuego, el cual también confería una capacidad primitiva de pensamiento, razonamiento y hasta lo que uno podría llamar una especie de vitalidad. La bestia mecánica fue entrenada con feroz eficiencia contra objetivos de práctica, pero no lograba aplicar sus habilidades destructivas contra enemigos de carne y hueso. Tampoco sirvieron los gritos y amenazas del maníaco enfurecido.
El proyecto de mascota del maníaco, a pesar de su éxito inicial, había fracasado. El Sr. Hojalata fue arrojado a los blancos descampados de nieve con desprecio y condenado a una existencia solitaria con la excepción de alguna visita ocasional de algún pájaro u otro animal hasta la aparición de Edith. Esto probó que dentro del androide existía un profundo deseo no violento, quizás una consecuencia del Cristal de fuego que llevaba en su interior. Pero desde que se encontró con Edith, este compromiso con la paz es condicional y, cuando hay algo importante en juego como la vida de Edith, el Sr. Hojalata puede hacer uso de una inmensa capacidad destructiva.